Hace unos días estaba leyendo un libro de romance, con lobos. A veces estoy en el ánimo correcto. Además, muchos de esos libros son bastante entretenidos y perfectos entre otras lecturas más pesadas. Desafortunadamente, tuve que dejarlo inconcluso. Se volvió doloroso continuar soportando la lectura. El diálogo era un horror. Cada conversación mataba una de mis neuronas. Me tomó un par de capítulos darme cuenta del problema.
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Este consejo de hoy es un poco contradictorio a lo que normalmente nos dicen. Hablamos de personajes realísticos, tramas realísticas, y bueno, todo apegado a la realidad. Está fundamentado en algo muy importante, que es la capacidad de las personas de indentificarse con las historias que construimos. Por eso no importa cuántos elementos de fantasía una historia pueda tener, nunca se va a salvar de tener la responsabilidad de generar un sentimiento de apego por parte del lector.
Pero, el problema es que, las personas no quieren la realidad.
Al menos, no en su totalidad.
Cuál es el balance ideal
Entonces, ahora sí podemos tocar el tema de que existe un balance. Dependiendo de la historia, quizá sea un mayor porcentaje de realismo que de fantasía, o viceversa. Pero nunca puede ser uno de los extremos.
Por un lado, es imposible que una historia sea totalmente fantasía, porque como escritores, vivimos en la realidad y de ahí es donde emanan las ideas. Así que por ese lado, estamos a salvo. Pero, sí corremos el riesgo de que se nos pase la mano de todas formas. En estos casos, el lector se desconecta de la historia y se empieza a preguntar por qué sigue leyendo si nada paraece interesarle.
Y lo mismo sucede si imbuimos demasiado realismo cuando no lo amerita. Y de ahi la confusión. Porque de hecho, en la mayoría de los casos, la realidad genera una respuesta positiva, como ya lo mencioné.
El diálogo no necesita mucho realismo
El diálogo es uno de esos elementos que se beneficia de dosis controladas de realismo.
En el mundo real nuestras conversaciones se desenvuelven de una manera muy diferente a la de los libros. La razón es muy sencilla: En una historia sólo va lo que tiene sentido, propósito, y avanza la trama. Todo lo demás es innecesario.
En nuestras conversaciones hay diálogos triviales, divagamos, hay silencios extendidos y a veces incómodos, etc. Estas son cosas que no tienen lugar en gran medida en un libro. Los diálogos deben avanzar la trama, pero si provocan estancamientos, entonces no están cumpliendo su función.
El libro que mencioné, en resumen, lo hacía todo al revés. Se extendía en el diálogo cuando no debía hacerlo. Y no era realista cuando sí era el momento.
La dosis indicada en el diálogo
Otra falla de mi lectura fracasada fue el que los personajes siempre decían exactamente lo que querían decir. En la realidad, nuestras conversaciones están llenas de subtexto. Decimos una cosa cuando en realidad nos referimos a otra. Usar esta cualidad de nuestra comunicación enriquece mucho a las historias.
No se trata de causar malentendidos entre los personajes, sino aprovechar las personalidades de cada uno para que haya pequeñas brechas en el lenguaje y el mensaje deseado se muestre de otras maneras. Por ejemplo, usar el lenguaje corporal para cubrir esa dosis de realismo que necesitamos.
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El diálogo es una de las formas más puras que tiene un escritor de pintar una escena en la mente de los lectores. Pero incluso esta herramienta tiene sus curiosidades.
Es difícil darnos cuenta a primera vista si nuestro diálogo tiene problemas. Pero, hay algunas cosas que podemos hacer para practicar y hacerlo mejor.
- Podemos pedirle a alguien más que lo revise por nosotros.
- Leerlo en voz alta. Así nos damos cuenta de esas cosas que suenan bien en nuestra cabeza, pero súper raras cuando ya las decimos.
- Prestar más atención al diálogo de nuestras películas y libros favoritos. Ahí podemos darnos cuenta de los distintos recursos utilizados para comunicar las emociones y la información necesaria entre los personajes, y entre ellos con la audiencia.
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¿Tienen alguna frase de una historia que les ha llamado mucho la antención?
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